RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

Mostrando entradas con la etiqueta OPINIÓN. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta OPINIÓN. Mostrar todas las entradas

viernes, 13 de enero de 2017

MONEDERO E INDA

Como tele-vidente que en ocasiones soy, he podido prestar mucha atención a dos enfrentados contertulios, presentes a menudo en muchos de los distintos platós y medios televisivos de éste país y que por sus especiales características éticas y/o estéticas no despiertan en mí demasiada simpatía que digamos como la que sí siento por muchos otros con los que los dos primeros suelen debatir acaloradamente y a menudo en diversos programas políticos en la TV española. Me refiero al politólogo Juan Carlos Monedero y al periodista Eduardo Inda.
Hay en Juan Carlos dos detalles distintos que, en realidad, me inquietan en gran medida y son, por un lado, su expresión adusta a veces y sus gafas, ambas estilo Trotsky, lo que para empezar, dice mucho en cuanto a su orientación política de izquierdas tan discutida en el seno de otros partidos políticos que no de PODEMOS. Por el otro, su desafortunado e inevitable apellido, MONEDERO,  lugar del  que suele extraer a menudo toda esa verborrea en calderilla con la que tiende a apabullar siempre a su oponente de turno sin distinción de raza ni credo. 
Siempre me pregunté la razón por la que un hijo como él, de familia sencilla, politólogo en ciernes reconocido, no haya podido convencer jamás de las ventajas que,  -para un modesto comerciante como es su propio padre-,  supone pertenecer a un partido político del que fue, durante cierto tiempo, nada menos que secretario del Proceso Constituyente y Programa de PODEMOS.
Lo que más me preocupa, sin embargo, de MONEDERO es su gran habilidad para salir siempre airoso y en la foto, formando parte de la joven cúpula de PODEMOS y al mismo tiempo seguir afirmando ante los medios de comunicación que, definitivamente, él no desempeña por ahora ningún cargo político dentro del partido. Algún día sabremos si en ese mismo monedero del que suele extraer tanta calderilla cuando le conviene, mantiene todavía a buen recaudo las treinta monedas de plata de las que tanto hablan sus enemigos políticos.


Eduardo INDA, por el contrario, representa la figura del perfecto petimetre del siglo XXI. Ser elegante como él pretende no radica sólo en el bien vestir sino, sobre todo, en los modales adecuados. Sin embargo, personajes con esa inquina por todo cuanto se refiere a su adversario, sólo he podido reconocerlos como protagonistas en los viejos Western del cine filmado en Hollywood a partir de la década de los años cincuenta del pasado siglo. Su perfil encajaría perfectamente en esos distintos tipos de caracteres de los que se nutren las tradicionales películas del género de aquel entonces.

Por su ampuloso discurso además de su verbo fácil y rápido y si en lugar de llamativas corbatas de seda luciera un sucio alzacuellos blanco, por ejemplo, y conservase las patillas en ambas mejillas, mostrando sus blancos dientes y sonrisa fácil actuales, estaríamos con toda seguridad ante un severo y pernicioso predicador de la época, capaz de vendernos el cielo a cambio de yacer plácidamente con la más joven y hermosa de sus recientes pervertidas feligresas.

¿Y por qué no como buhonero? Tampoco le vendría mal ese destacado rol. A bordo de su carromato tirado por dos tercas mulas, de pueblo en pueblo, vendiendo agua bendita en frascos de vidrio, engañando a los calvos con eficaces crecepelos, recomendando espesos ungüentos para el lumbago y otras dolencias, confiando a los jóvenes elixires destinados a la eterna juventud, etc., etc. Todo ello a un precio más que razonable, desde luego, pero sin ninguna garantía de éxito de la que no advertiría jamás, por si acaso.

¿Y tahur? ¿Se lo imaginan en el interior del SALOON, sentado tras una mesa circular con tapete verde, pañuelo de seda al cuello y embutido en un chaleco de terciopelo granate con la parte posterior también de negra seda con hebillita de plata y además de ganando, hacerlo con disimuladas trampas?

Ese es mi Eduardo INDA, no el Licenciado en Ciencias de la Información que hoy día todos conocemos, sino aquel otro indulgente predicador, el eficaz buhonero o el honesto tahur de tantas y tantas películas que guardo en la memoria y de las que elijo el papel que a cada uno le corresponde en función no sólo de la estética de la que presume sino también de la ética de la que, en mi opinión, carece.

viernes, 6 de enero de 2017

MORIR DE REPENTE


En Canarias, de niño no entendía yo muy bien que significaba exactamente eso de  morir de repente. Ahora recuerdo que en el Puerto de la Cruz, sin embargo, sí que conocí a gente que luego moriría así, de repente. Con los años llegué a comprender que morir de repente no significaba fallecer de viejo, ni después de haber sufrido síntomas evidentes de una enfermedad conocida; es decir, de pulmonía, de peritonitis, de tuberculosis, etc., etc., por poner ejemplos.


-¿De que murió?, –preguntaba alguien-.

-De repente, -contestaba el otro-. Y esa respuesta suponía para mí un misterio inexplicable porque, en mi modesta y joven opinión, todo el mundo, si es que tenía que morir, debería hacerlo como consecuencia de algo muy concreto: de viejo, de una penosa enfermedad o, como a veces ocurría, de un maldito e inesperado accidente.

-¿De qué ha muerto? -Una guagua le "escachó" la cabeza, -contestaba el otro-. Yo que escuchaba la desgarradora respuesta, entendía entonces que aquella persona había muerto como consecuencia de un desgraciado e inevitable accidente.
Ello me llevó a la conclusión de que eso de morir de repente estaba  al fin y al cabo asociado a una muerte fulminante pero sobre todo prematura, es decir, a morir relativamente joven todavía.

Cuando alguien como yo ha vivido más años de los que aún, por lógica, le quedan a uno por vivir, diríamos que ya posees la suficiente confianza en aceptar que has empezado a morir paulatinamente y que quizá, por esa razón, creamos encontrarnos, al fin, a salvo de morir repentinamente, es decir, de repente. Aunque, bien mirado, todos empezamos a morir en el mismo momento de haber nacido.

Hoy vivo muy cerca de un pueblecito de la comarca del Gironés, en la provincia de Girona, llamado Llagostera. Pues bien, en este pueblo nadie muere de repente o eso es lo que me han dicho sus vecinos; todos los que fallecen lo hacen de viejo, después de una larga enfermedad, de un lamentable accidente o de un certero y fulminante ataque al corazón.