RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

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viernes, 9 de marzo de 2018

SIEMPRE EL CORUJO


Para Paquito, cualquier excusa parecía válida para, al declinar la tarde, desprenderse de sus amigos de juegos y sin que éstos siquiera lo advirtieran, correr a refugiarse bajo el alpende de la tienda de D. Nicolás, -a esa hora ya cerrada al público-, desde donde podía sin ninguna dificultad divisar perfectamente, al filo del atardecer, el monturrio tras el cual se extendía el estercolero. Según sus referencias, cuando el sol se escondía más allá del barranco y la fría luz de la luna tomaba el relevo acariciando las estribaciones del barrio dónde ya no llegaba la luz eléctrica, entre el monturrio y el estercolero, según había oído decir, solía hacer su aparición el CORUJO. Ningún niño del barrio hasta entonces lo había visto pero él siempre quiso ser el primero en descubrirlo.

Se comentaba incluso que la supuesta joroba que le adjudicaban a su figura los vecinos del barrio no era tal sino un saco a la espalda conteniendo el niño raptado esa noche y trasladado furtivamente hasta su guarida que, según algunos,  se encontraba mucho más allá del estercolero al que solía acudir con frecuencia para saciar el hambre a falta de niños que poder llevarse a la boca.

Paquito, como el resto de sus amiguitos del barrio, sabía que incluso en verano, cuando los días se alargaban, era menester, -so pena de ser víctima del temido e insaciable CORUJO-, no alejarse nunca hasta más allá del monturrio y retirarse a casa bien temprano, cenar e irse seguidamente a la cama, sobre cuya cabecera la siempre imagen del Ángel de la Guarda velaría su apacible sueño hasta la mañana siguiente. Así se lo habían exigido sus padres y él les correspondía siempre con ciega obediencia.

A pesar de que Paquito a lo largo de todas las tardes de todos los años que durante su tierna infancia dedicó a ello, nunca tuvo la más mínima oportunidad de descubrir al despiadado CORUJO ni de liberar a ningún niño de su cautiverio, pero no por ello dejaría jamás de creer en su perversa existencia. Sin embargo, ahora que ya se había hecho mayor, no dejará nunca de pensar ni preocuparse por aquellos otros niños que, en los últimos tiempos, también habían corrido la misma suerte con el CORUJO, -al que con tanto celo persiguiera sin éxito-, como,  entre otros muchos, han sido los casos recientes de Jeremí Vargas en Las Palmas y de Gabriel Cruz en Almería.