RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

Página 5: EL DICTADOR



Pese a su escasa estatura y a permanecer a diario expuesto a la vista de todo el mundo, el fantoche se movía con inusitada soltura y no exento de una cierta prestancia al andar a través de aquel espacio que otros habíanle habilitado en el interior del glamuroso y grandioso escaparate donde, ufano, se exhibía muy seguro de sí mismo aunque sabiamente aislado del exterior por un grueso paño de vidrio blindado que ocupaba muchos metros cuadrados de luz en el hueco dejado en la pared.
Allí se sentía a salvo y en contacto con el mundo exterior a través de su móvil, su E-mail o, sobre todo, de su Blog colgado de Internet; cuando no, desde su columna en el diario oficial local.
Un complejo filtro de seguridad se encargaba de guardar el grueso cristal blindado que limitaba el grandioso escaparate con la plaza pública donde se daban cita diariamente sus innumerables y fieles admiradores con quienes el personaje, a falta de mejor voz, se comunicaba por señas, sonreía y saludaba como saluda la realeza a sus súbditos: con el brazo alzado y moviendo graciosamente la mano desde la muñeca, de izquierda a derecha y viceversa.
El filtro de seguridad que lo protegía estaba compuesto por tres distintos cinturones paralelos entre sí de modo que el exterior, el de los TOLERANTES, el más próximo a los admiradores, distaba del segundo, el de los GROSEROS, sólo unos veinte metros. Este segundo distaba del tercero y último, denominado el de los VIOLENTOS, el más peligroso, unos diez metros. Y entre este último y el gran paño de cristal blindado, la distancia apenas media tres o cuatro metros escasos. Tal era la psicosis del personaje
Los TOLERANTES solían poseer sólidos argumentos para convencer. Eran por lo general simpáticos y educados y en ningún caso despertaban las iras de los cientos de peregrinos allí congregados.
El cinturón de los GROSEROS era más represivo, censor de los comportamientos y de las actitudes. Solían detener y poner a disposición de sus colegas del tercer y último cinturón a todos aquellos a quienes consideraban sospechosos de alterar el curso de los acontecimientos y que fueran susceptibles de transgredir la ortodoxia y la rigidez de las normas establecidas en su propio beneficio.
Por último, los VIOLENTOS, con total impunidad, sometían a las decenas de apresados a crueles vejaciones de todo tipo: desde el martirio psicológico hasta el físico y una vez consumados su criminales propósitos, los prisioneros eran entonces atados de pies y manos y una vez puestos a disposición del Abraham implacable, colocados luego sobre el ara del sacrificio y abandonados a su suerte sobre la vasta superficie de la plaza previamente despejada de militantes. El personaje se felicitaba cada vez por ello.
Aquel día, dos infelices que ya habían pasado por todo el doloroso proceso inquisitorial permanecían inmóviles sobre la caliente superficie de la plaza, atados ambos, como era costumbre, de pies y manos y a merced de la voluntad del fantoche.
El fantoche, por entonces, habría desaparecido del escaparate, dejando de estar presente frente a los desgraciados. Estos, por su parte, ignoraban cual iba a ser su último destino en aquellas circunstancias. Se había hecho un silencio fúnebre. Los feligreses se habían retirado a los aledaños. Furtivamente, una minúscula tronera, camuflada en la pared frontal del edificio, se había abierto lentamente a un costado del escaparate, ahora deshabitado, presagiando lo peor. Los reos rogaron clemencia inútilmente. Un tubo negro con un ánima de siete con sesenta y cinco milímetros de diámetro se abrió paso desde la tronera hasta invadir unos veinte centímetros del espacio aéreo de la plaza. Dos estampidos secos y certeros rompieron el aire y los dos proyectiles disparados desde el interior abatieron sin remisión a sus inmóviles objetivos con la precisión y eficacia con la que acostumbra a presumir el experto francotirador.