RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

Página 6. ELLA




Dobló, como si tal cosa,  la aguda esquina de nuestra empinada calle y la violenta luz cenital de aquel tórrido verano canario bañó de golpe sus hombros y gran parte de los escasos salientes volúmenes de su grácil figura. Sobre su cabeza, sólo su cabello castaño y su frágil nariz recibían luz, sus discretos pechos, también iluminados, arrojaban espesas sombras hasta bien abajo del vientre y según andaba, sus muslos iban iluminándose alternativamente a cada paso. Andaba lentamente bajo el calor de mediodía, sólo cubierto el cuerpo por un vaporoso, sencillo y fresco vestido de fino lino blanco.

Yo la ví acercarse el primero pero no dije nada a los demás. Todos permanecíamos en silencio, sentados en el suelo, exhaustos por los juegos y el calor, apoyadas las espaldas en una pared revocada de cemento que seguramente nos marcaría la piel ya  de por sí curtida por el salitre, los pies descalzos y las piernas estiradas cruzando la acera hasta el borde del pretil.
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De repente, los demás también se dieron cuenta de su presencia y todos a un tiempo recogimos las piernas para cederle parte de la acera. Ella declinó nuestra muda invitación con una grata sonrisa, reconfortándonos, además,  con el suave aroma que  desprendía a su paso la lavanda fresca que la envolvía mientras se alejaba lentamente calle abajo.

Enmudecidos, nos miramos mutuamente enarcando las cejas en señal de aprobación y recogiendo el calzado junto a la pared corrimos hasta la orilla del mar a lavarnos los sucios pies de los que seguramente nos habíamos avergonzado ante su presencia. Lo hicimos en un charco que reflejaba un trozo de cielo azul y que la marea había abandonado al retirarse. A lo lejos, mucho antes de la línea del horizonte, un blanco trasatlántico, posiblemente el Veracruz, navegaba perezosamente rumbo a Venezuela.

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