RETRODEZCAN

Este imperativo es del todo incorrecto pero me resulta más contundente que el original RETROCEDAN. Por lo tanto, si la Real Academia de la Lengua Española me lo permite, desde hoy en adelante haré uso exclusivo de él.
Con RETRODEZCAN pretendo dar a conocer parte de mi obra pictórica, escultórica, fotográfica y, en menor proporción, literaria y, a la vez, mantener una corriente de opinión sobre los acontecimientos de naturaleza artística de hoy día.
Espero que tomeis la sabia decisión de manteneros a una distancia prudencial de mis opiniones aquí vertidas que no siempre tienen por que ser del agrado de la mayoría; ¿o, sí?

domingo, 25 de enero de 2009

LA POLICIA EN LA NOCHE (Barcelona)

Esta simpática anécdota no se entendería si el lector no estuviera al corriente de como nuestro aspecto físico despertaba las infundadas sospechas de las Fuerzas de Seguridad del Estado de entonces.




Una ambarina y mortecina luz maliluminaba la estrecha calle por segmentos regulares. Entre ellos, una espesa penumbra ocultaba los angostos portales donde las jovenes parejas se amparaban emitiendo en su frenética despedida los últimos jadeos de una pasión incontrolada. Como cada noche, Leocadio y yo, hacíamos aquel mismo recorrido camino de casa una vez finalizada nuestra jornada laboral en el Sopeta Una con la misma rutina con la que cada día desempeñábamos nuestro trabajo en el restaurante.

Aquella noche concreta, a excepción de alguna que otra pareja oculta en los portales y de nosotros mismos, la calle, debilmente iluminada como siempre, se encontraba completamente desierta. Nuestra presencia no le interesaba a nadie; solo nuestra propia conversación y el sonido de nuestros pasos sobre los adoquines, apagaban el eco sordo de los jadeos de los amantes en los oscuros portales abiertos en las mugrientas fachadas. Recuerdo que aquella noche, ámbos nos habíamos aprovisionado previamente de dos botellines, uno para cada uno, de agua de Vichy catalán que íbamos ingeriendo a sorbitos por el camino a casa, unos cien metros más adelante, mientras manteníamos una charla tan anodina y oscura como la noche misma.

Fue al levantar la cabeza para apurar un nuevo sorbo de agua cuando, al quedar violentamente a la vista mientras atravesaba uno de los segmentos iluminados de la calle, reparé en una joven pareja masculina que se aproximaba directamente hacia nosotros en silencio. Advertí de ello a Leocadio al tiempo que la pareja, abandonando el centro de la calle para continuar avanzando, protegidos cada uno por las desconchadas fachadas de los costados, llegaron súbitamente hasta nuestra altura.


-¡Policía!, -dijo el primero, alzando algo la voz en tono amenazador, mientras mostraba una placa mal iluminada-

-Documentación, -agregó el segundo, sarcástico y aparentemente conciliador, mientras su compañero guardaba su identificación en un bolsillo interior.

La ingenuidad de Leocadio me dejó perplejo. Dirigiéndose con una semironrisa al segundo policia, le confesó sin ambages que habiendo regresado de Holanda hacía muy poco, habíase olvidado en aquel pais toda su documentación y continuaba aún a la espera, aquí en Barcelona, a que se la remitieran urgentemente por correo a nuestro domicilio de la Mediana de San Pedro para proseguir posteriormente viaje a su Canarias natal.

Yo mostré la mía haciéndome responsable de la identidad que Leocadio no había podido demostrar.

-¿ Vd., de quién coño pretende hacerse responsable con esa pinta?, -me increpó el de la placa con la vista depositada en mi espesa barba.

Casualmente, todo este diálogo tenía ya lugar ante el portal de nuestro propio domicilio hasta donde habíamos llegado por lo que, sacando yo la llave del bolsillo y abriendo con ella la pesada puerta metálica, pudimos demostrar que, efectivamente, vivíamos precisamente allí, que teníamos domicilio fijo.

Entre otras cosas, tuvimos también que demostrar que nos dirigíamos a casa a desacansar trás una dura y larga jornada laboral en el restaurante de la esquina anterior en el que trabajábamos y que ámbos al parecer ya conocían. Pero ello no fue suficiente para convencerles de su error al detenernos hasta que no se me ocurrió la socorrida idea de extraer de mi sobada cartera una nómina salarial del mes anterior que siempre solía llevar encima como última solución a estos posibles casos de incredulidad policial y que tan buenos resultados me diera siempre en el pasado.

La nómina ejerció milagrosamente de efectivo salvoconducto. No solo poseíamos un domicilio fijo sino que además teníamos trabajo.

Finalmente nos perdonaron la vida permitiéndonos entrar en casa. Ellos continuaron su camino, andando por el centro de la calle como al principio hasta perderse entre la espesa penumbra que flotaba sobre la siguiente afilada esquina.


Lo que yo siempre ignoré y así se lo hice saber al ingenuo de Leocadio, es que este estuviera viviendo en Barcelona, en nuestro propio domicilio, sin ningún tipo de documentación que le permitiera identificarse ante las autoridades locales.

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